martes, 4 de abril de 2017

Plaza de los Inocentes: Las Calesitas

     Mucho se ha escrito a través de la historia y la filosofía de la Apocatástasis -también llamada Mito del Eterno Retorno-. Desde Platón hasta Nietzsche, los pensadores postularon la concepción de un mundo inevitablemente cíclico, donde la historia no es más que la repetición de arquetipos pasados, a la vez que una anticipación del futuro. La teoría propone una humanidad ajena a su origen igual y antiguo, completamente olvidado. La semilla que crece y se convierte en árbol que dará flor, luego fruto, y al fin se hará otra semilla, que no reconoce al árbol progenitor por convertirse en uno nuevo. Un nuevo comienzo, limpio y amnésico.
La Calesita más alta del mundo, Mar Del Plata
     Así mismo, la Calesita -o Carrousel- tiene su circularidad explícita, y sus ciclos medidos en tiempo o en canciones. Uno puede elegir el lugar que más le guste -si es que no está ocupado- para dar las mismas vueltas que todos sus compañeros. Entre las bajadas y subidas podemos confundir el círculo con línea recta donde se avanza, pero la verdad es que pasamos una y otra vez por el mismo punto. Incluso hay quien los espera para saludar a su mamá.
     Pero esta Calesita tiene una hermana, menor y homónima*, que se diferencia de la primera en varios aspectos:
     - Primero que nada, en su carácter gratuito. No es asunto menor el afán del ser humano a pagar por actividades que bien podrían prescindir del gasto de dinero, solo porque se le inventaron colores y alguna música para hacerlo más llamativo.
     - En segundo lugar, la duración e intensidad del juego son manejadas por uno mismo, o por un par a lo sumo; este espacio ya no es controlado por un adulto.
Una calesita en una plaza de Chicoana, Salta.
     -  Tercero, y consecuencia del segundo punto, la finalidad del juego no es la misma: Lo que puede ser en la Calesita un tiempo de distracción y estimulación visual se convierte en un claro intento de marearse o salir despedido del aparato en la calesita. Esto nos muestra claramente cómo el sentido de una actividad vira violentamente su rumbo hacia la autodestrucción en cuanto es uno el que tiene el volante. De esto habló hasta el hartazgo Sigmund Freud, postulando ideas como la del masoquismo como elemento inherente al neurótico, lo cíclico y compulsivo del síntoma (siempre tendiente a repetirse), la necesidad de castigo de un superyó cruel y despiadado, y (como punto máximo de esta analogía) la existencia de una pulsión de muerte -constituyente y anterior a la de vida-, destinada a la destrucción del yo, del prójimo, y en general del organismo. No es raro, entonces, que los niños busquen el malestar físico con tanta efusividad cuando toman el control del juego, dejando ver la naturaleza del propio humano, siempre en busca de su hamartia.
     - Y por último, existe en la versión paga algo que no se encuentra en la otra: La Sortija. Cualquier niño que tomase de las manos del operador la argolla de metal sería merecedor de una vuelta gratis en la Calesita. Una tradición aparentemente inocente hasta que uno se topa con los textos de Lepper y Greene. En uno de ellos se postula una máxima que lee algo como:

"La motivación extrínseca (provista por factores externos al sujeto) 
socava y carcome la intrínseca (la propia de la persona, la interna al sujeto)."

     Como toda hipótesis científica, esto fue puesto a prueba en un experimento, realizado con niños de entre 3 y 5 años. Luego de observar el juego cotidiano de los niños en el jardín (a fin de conocer los intereses intrínsecos del grupo), pusieron a los pequeños a jugar con marcadores, dividiéndolos en tres grupos que se manejarían con tres condiciones diferentes:
          - Condición de recompensa esperada: Se prometió a los niños del primer grupo que aquellos que jugaran con marcadores serían recompensados con un listón de "Buen Jugador".
          - Condición de recompensa no esperada: Los niños jugaban con los marcadores, y solo luego del ejercicio se les hacía saber de la recompensa y se los premiaba.
          - Condición sin recompensa: Este grupo no fue notificado ni premiado en ningún momento del experimento.
     Luego, los niños volvieron a ser observados en el entorno normal, donde podían elegir su modo de juego. Los niños del primer grupo decidieron jugar considerablemente menos con los marcadores que el resto de los niños. La conducta había pasado a ser controlada extrínsecamente; sin recompensa, no habría conducta.
    Volviendo a nuestra última comparación pertinente a las calesitas, podemos apreciar esta misma conclusión con respecto a la sortija: una vez que el niño la tome, deseará volver solo si tiene una nueva oportunidad de ganar el premio. Y lo que es más, si lograse conseguirlo dos veces en el mismo día, en una nueva ocasión donde la tomara solo una vez adjudicaría una falta de sentido a la actividad (comportamiento solo explicable por este fenómeno motivacional). Y no es diferente la situación de los adultos: Son pocos los que, habiendo sido recompensados por una tarea -ya sea con dinero, calificaciones o simples felicitaciones-, volverían a realizarla si este premio se ausentara.
     Pero no me crean, pruébenlo ustedes mismos: Secuestren al operador de alguna Calesita cercana, y verán como los niños dejarán de ir.


* Nótese que muchos juegos comparten este formato -y por exprensión, estos principios-: calesita de argollas, calesita en cono, etc.

Plaza de los Inocentes: El Tobogán

Tobogán de una plaza en Villa del Parque
Acorde a las características térmicas del ser humano (donde la energía requerida para una acción supera por cantidades enormes a la aplicada realmente en la tarea, convirtiéndose una amplia mayoría en calor excedente), el tobogán requiere un esfuerzo y un a inversión de tiempo demasiado mayores a la duración y ganancia de placer obtenidos. Uno ocupa su fuerza, como en la vida, escalando dificultosamente en forma vertical (muchas veces observando la peor cara del prójimo), persiguiendo metas efímeras y volátiles que ya fueron usurpadas por otros anteriores -o más rápidos- que nosotros. Incluso antes de estar allí reconocemos corto nuestro tiempo en el lugar deseado, porque otro vendrá a desplazarnos, y luego un tercero a este. Solo podemos esperar nuestra próxima oportunidad de escalar un sueño, a pesar de saberlo finito.